miércoles, 25 de abril de 2012

Los jóvenes en el cine: del (buen) decir y otras obsesiones

Fotograma del largometraje Larga distancia Esteban Insausti • La Habana, tomado de la Jiribilla Foto: Cortesía del ICAIC
Pertenezco a una generación ventana, a una promoción de cineastas cubanos que abrió las puertas a muchos otros jóvenes que vinieron detrás. A partir de nuestra obra, vinculada o no a la institución, surgió la Muestra de Jóvenes Realizadores, un espacio ―prefiero llamarle así, antes que definirlo como un "festival"― para privilegiar el talento, con la misión de rejuvenecer la nómina del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) por una razón lógica: los directores que trabajaban en torno a una institución de 50 años, tenían una edad promedio de 70. Sin embargo, en un país que no tiene una ley que proteja al cine ―aunque sea subvencionado―, un joven se enfrentaba a una cámara y a la realidad de la calle de manera improvisada, con todos los riesgos que implica: el desconocimiento de lo que se llama un "permiso de cine", el desconocimiento de los derechos y de las posibles vías de distribución; pero siempre abrazamos la búsqueda de un decir diferente, de un lenguaje que se asome a nuestra realidad desde perspectivas renovadoras. Y eso es, justamente, esta generación: la mía y la que engloba a los más jóvenes cineastas de hoy. Más allá de los oportunismos y los reciclajes, es posible advertir en ellos un movimiento interesante: una corriente sin líder ni manifiestos ni instituciones que los respalden ―la Muestra dura apenas una semana y no repercute en la carrera de un realizador más que como un paso hacia adentro de la industria cubana. Mi primer documental, Las manos y el ángel , fue también un resultado de los riesgos. Filmé con siete cámaras diferentes y el lenguaje con que hilvané el discurso, no era más que una manera de disfrazar el defecto de la realización misma; pero eso no frena a un cineasta que empieza. Su obsesión es expresarse y no conoce otra vía, a cambio de nada. Hablamos de un panorama hermoso pero desolador, donde el joven se curte lidiando en esas aguas. Y en Cuba, los primeros pasos de un cineasta tienen un sabor particular. Las relaciones económicas lo definen todo en una sociedad, y esos muchachos que hacen un documental pasan vicisitudes impensables solo por las ganas de hacer, de decir. Vienen de la música, del diseño gráfico, de la arquitectura, del periodismo, con miles de ideas dándoles vuelta en las mentes y en las gargantas. Hablamos de un movimiento atendible desde muchos puntos de vista. Por ejemplo, desde Sara Gómez no se veía en el cine cubano una impronta tan fuerte de la mujer, con miradas no solo a la realidad cubana contemporánea, sino también centradas en los lenguajes. Las nuevas generaciones se están preocupando por el "qué" contar y por el "cómo": una deuda con Sara, con Nicolás Guillén Landrián, con el propio Titón, con la escuela cubana del decir con una morfología, con un discurso cinematográfico propio. Entre la nueva generación de cineastas en Cuba, se puede percibir una suerte de itinerario estético en relación con sus precedentes de todas partes del mundo. La promoción que sirvió de puerta a la actual, por ejemplo, es heredera de la Nueva Ola y del Neorrealismo, tanto como de Memorias del subdesarrollo o de Lucía . Para eso son las vanguardias: para enseñarnos a transgredir, a revisitar, a descomponer, a rehacer. Con la tradición a cuestas y con perspectivas propias, las temáticas en el cine cubano hecho por jóvenes conforman un abanico amplio. Como ocurrió en la década de los años 70 en el teatro cubano "de la marginalidad" y, luego, con el cine "social", prima hoy entre los jóvenes realizadores una mirada hacia "el otro" más desprotegido dentro de la sociedad: fenómenos raciales, conflictos de género, segregación, accesibilidad a determinados bienes, etcétera, son abordados desde una sensibilidad que convierte a esos sujetos en nuevos íconos, en puntos de referencia a los que la sociedad tiene que mirar. Es una apuesta valiente e importante, pues el cine es el documento visual que sirve de testimonio a una época. A grandes rasgos, así puede describirse el panorama en relación con el "qué". Las nuevas tecnologías han propiciado, en gran medida, ese despegue temático. Cualquier joven puede filmar un cortometraje con un celular y editarlo en su casa. Hace unos años, era un fenómeno impensable. No obstante, en relación con el "cómo" contar historias, la situación es más compleja. La vanguardia siempre tiene nombres y apellidos, nunca será una masa de 500 jóvenes. De cada Muestra, dos o tres trabajos son verdaderamente atendibles. Esa cifra ya constituye un éxito en un país con 11 millones de habitantes, bloqueada, con una economía que lo reduce todo a la dificultad. Nunca he creído en los bajos presupuestos como justificación de un material con deficiencias dramáticas. Justamente, es ahí donde se define a un artista; pero esas obsesiones con decir las cosas de formas diferentes no es general: el experimento per se no es un valor, es jugar a ser contemporáneos sin cuidar la comunicación. A diferencia del "pastiche digital", el arte cinematográfico requiere una formación para que sea verdadero. Ninguna escuela le va a aportar a un realizador el talento que no tiene. Estudiar cine es una posibilidad para las elites, en cualquier lugar del mundo. El hecho de que en Cuba esté al alcance del talento, provenga de donde provenga, es una suerte innegable. El tiempo ha nutrido a los jóvenes de posibilidades que otras generaciones nunca conocieron. Hasta hace menos de una década, para ver buen cine había que acudir religiosamente a la Cinemateca o al espacio de televisión Toma 1. Hoy, cualquiera intercambia memorias flash o discos cargados de películas de todas partes del mundo. No obstante, esas capacidades no definen a un cineasta en el mundo contemporáneo: esta profesión requiere una competencia cultural que contenga lenguajes de las artes plásticas, del teatro, de la música y de la literatura, que solo se alcanza con incorporarlas a la vida misma. Todo el que tiene sensibilidad cinematográfica, no se convierte en cineasta; como nación, el desafío pasa por darnos cuenta de hacia dónde podemos orientar el arte contemporáneo cubano, más allá de cifras y nóminas. Tenemos que encontrar sistemas de producción realmente alternativos y ponerlos a operar en función del talento; revolucionar nuestras leyes y nuestras concepciones. La sala de cine está en crisis en todo el mundo; pero tenemos una ventaja: la carencia de opciones de recreación suele orientar los rumbos de los cubanos hacia el cine. Aun cuando se exhiban en ellas DVD y no películas en 35 mm, el encanto de la sala oscura sigue cautivándonos. El cine cubano todo, el de los más jóvenes y el que le precede, tiene en esa fidelidad del público una fortaleza. Convertir las salas en sitios para conciertos, aun cuando pueda tener un cometido loable, demerita el rol cultural y social del cine como manifestación del arte. Existe el criterio de que casi todo el cine cubano de los últimos años se parece y ese hecho no tiene nada que deberles a los presupuestos económicos. Tiene que ver con presupuestos estéticos que los jóvenes están asumiendo de una forma más creativa. Cuando mi generación irrumpió en el ICAIC, el paradigma era el cine que se había hecho desde esa institución, más que la institución en sí misma. Fuimos convocados con una idea: "es importante que el ICAIC tiemble, otra vez". Y tembló. La Muestra ha sido el proyecto más hermoso y sabio que ha tenido cabida allí en la última década. Le permitió hacer cine a una generación que ni soñaba con eso. Caminábamos por los pasillos, orgullosos de estar pisando el suelo donde también anduvo Titón; pero los que vinieron después, lo hicieron desde un contexto económico, social y cultural muy diferente: los hijos del período especial no sueñan con pisar el suelo de nadie, sueñan con construir su propio piso. Quienes no estén atentos a eso, lo perderán todo, incluyendo el propio cine.

Cuando las barbas (azules) de tu real vecino veas pelar… La vida privada de Enrique VIII

Una de las series televisivas más celebradas de los últimos lustros es Los Tudor, coproducción entre Canadá, Estados Unidos e Irlanda que durante 38 capítulos distribuidos en 4 temporadas se ocupaba de presentar la azarosa vida matrimonial y sexual del rey Enrique VIII de Inglaterra y de su Corte de ambiciosos, embusteros y traidores subalternos, encadenando estos avatares personales colectivos a los acontecimientos históricos de la época, en especial en cuanto a las relaciones del monarca inglés con Francia, España o el Papado y al nacimiento de la iglesia anglicana. Celebrada por la crítica y con el beneplácito del público, los tres problemas de la serie radican en sus excesivamente anodinos modos televisivos, su parquedad y modestia en el uso de exteriores y su actor protagonista, Jonathan Rhys Meyers, que incorpora a un rey de atlética estética metrosexual que poco o nada tiene que ver con la oronda apariencia y la educación renacentista del auténtico Enrique, que ha pasado a la historia gracias al retrato de Holbein el Joven.
La serie, además, no cuenta nada que no se haya contado ya antes y mejor, por más que introduzca el elemento explícitamente erótico que las otras versiones ningunearon por evidentes motivos censores y por una mayor preocupación por los asuntos puramente dramáticos y cinematográficos. Robert Shaw en Un hombre para la eternidad (A man for all seasons, Fred Zinnemann, 1966) o Richard Burton en Ana de los mil días (Anne of the Thousand Days, Charles Jarrott, 1969) ya habían interpretado con anterioridad al rey inglés en historias que relataban su relación a tres bandas con Catalina de Aragón y Ana Bolena, episodio, de entre todos los abundantes lances de cama del monarca, que ha sido tradicionalmente el más explotado cinematográficamente, como en la reciente -e inspirada asimismo en otra serie de televisión- Las hermanas Bolena (The other Boleyn girl, Justin Chadwick, 2008). Quedándonos con los filmes de Zinnemann y Jarrott como referencia, la otra gran versión de la convulsa biografía de dormitorio del monarca la ofreció en 1933 el húngaro afincado en Inglaterra Alexander Korda (junto a su hermano Zoltan auténtico protagonista de la consolidación del cine sonoro en el Reino Unido gracias a su cine historicista), y se tituló La vida privada de Enrique VIII. Protagonizada por Charles Laughton, sencillamente genial en su composición de rey campechano (todos lo son, ¿no? O eso dicen…), glotón, de modales toscos y tabernarios, chisposo, agudo y fácil de contentar e irritar, como un niño pequeño que al menos consigue -aunque no siempre- no cagarse encima (todos lo son, ¿no? Aunque eso no lo dicen…), la película presenta durante sus breves 87 minutos algunos momentos selectos de la agitada vida ‘sentimental’-sexual de Enrique VIII. Sorprendentemente, como anuncia el mensaje introductorio leído por una voz en off, Korda elude abordar la cuestión del divorcio de Enrique y Catalina de Aragón (despacha este tema con un ‘una historia sin mucho interés), la aparición de la iglesia anglicana o el asesinato de Estado sufrido por Thomas Moore, así como las maniobras de la familia Bolena (padre, tío y ambas hermanas) por, a través del sexo, medrar y manipular la voluntad del rey a fin de llenarse los bolsillos con la política interior y exterior del reino. La historia de verdad comienza el mismo día que Ana Bolena (Merle Oberon) va a ser decapitada, justo cuando Enrique va a contraer matrimonio, por tercera vez, con Jane Seymour (Wendy Barrie), el que se supone que fue su único casorio por amor. Y muy desgraciado, porque ella murió a los pocos meses al dar a luz al heredero al trono, también fallecido a edad temprana. Ello lleva al rey a concertar su cuarto matrimonio con Ana de Cleves (Elsa Lanchester), la más fea de sus esposas y de la que también se divorció, de mutuo acuerdo en esta ocasión, en cuanto pudo, para contraer quinto matrimonio con Catalina Howard (Binnie Barnes), capítulo central de la trama de la película, aderezado con los celos y la pasión oculta de Thomas Culpeper (Robert Donat), finalmente amante de una reina demasiado joven para un rey borrachín, cebón y grasiento. El epílogo matrimonial, el sexto, será el de ya un anciano rey con Catalina Parr (Everley Gregg). La película oscila durante todo su metraje entre la comedia y el drama, con tintes románticos y sentimentales, constantemente alejada de los avatares políticos o bélicos del momento. Rodada en los estudios Elstree, concentrada casi en su totalidad en interiores recreados en los suntuosos decorados propios de las producciones Korda y la London Films, son las distintas personalidades de las mujeres involucradas en la vida del rey las que van marcando el tono narrativo de cada episodio biográfico-marital de Enrique. Alejado un tanto de su personalidad histórica (un hombre del Renacimiento, amante de las artes, de la música, de la literatura -escritor, de hecho-, admirador del emperador Carlos I de España y V de Alemania), Laughton interpreta a un rey bonachón, botarate y algo patán (todos lo son, ¿no? Bueno, igual no -dicho sea por si los jueces españoles, tan amantes de limitar la libertad de expresión utilizando ese supuesto delito llamado ‘ofensas a la Corona’-), desengañado tras sus dos primeros matrimonios, que descubre por fin el amor en Jane Seymour, su tercera esposa. Este fragmento, el del amor del rey y el nacimiento de su primer hijo (que, aparte de como bebé en un simpático episodio entre el rey y la que fue su propia niñera, ya no vuelve a aparecer en la historia; ni siquiera se recoge su muerte temprana), tratado con sensibilidad dramática y toques románticos, da paso a los instantes más divertidos, el matrimonio concertado a distancia con Ana de Cleves, de la que el rey abomina en cuanto la ve (encaprichado ya, dicho sea de paso, de Catalina Howard, que, para él, es más potable). Elsa Lanchester (esposa de Laughton) interpreta a una duquesa que, llevando a Inglaterra a su propio amante, del que no piensa separarse, deliberadamente aumenta su fealdad y estropea su conducta y sus modales para conseguir el rechazo fulminante del rey, que se materializa en una deliciosa escena en la alcoba durante la noche de bodas, en la que el monarca, deseoso se divorciarse instantáneamente de su nueva esposa, concede una tras otra sus peticiones (todas económicas) a fin de que ésta acceda a una separación vertiginosa. Sin embargo, ambos, en esencia iguales en personalidad e intereses, sintonizan tan bien, que nace una amistad y una complicidad que se mantendrán toda la vida (de hecho, Ana de Cleves le presenta a Enrique a su sexta esposa, e intermedia para cerrar el negocio). Son los momentos más vibrantemente cómicos, construidos sobre la fantástica química de la pareja y, especialmente, en el buen hacer de Laughton, que dota aquí al rey de un aire travieso y pícaro, adolescente, casi infantil, pese a seguir luciendo sus barbas y sus caros trajes. El contraste llega con la fase central de la historia, el matrimonio con Catalina Howard que, de inocente dama de la Corte, enamoriscada de Culpeper, soñadora y bondadosa pasa a ser una cortesana calculadora y frívola que ansía tener al rey por mera ansia de ascenso y triunfo personal a costa incluso de su auténtico amor. Con todo, la diferencia de edad y de aspecto entre ambos facilita a la reina la vuelta a los brazos de su ahora amante, y desencadena un drama que Korda se quita de encima de manera un tanto ligera y facilona, sin profundidad y sin explorar hasta las últimas consecuencias sus posibles derivaciones dramáticas. Un Enrique asqueado de la vida de pareja pero anhelante de un verdadero amor y de una vida hogareña y familiar tranquila se deja convencer de nuevo, esta vez por Ana de Cleves, para casarse otra vez y para que la película recupere el tono de comedia gracias al carácter mandón y metomentodo de Catalina Parr, casi casi una esposa profesional, controladora y quisquillosa. La película, una gran producción historicista de los hermanos Korda, filmada con elegancia y suntuosidad formales típicas de sus grandes películas de los años 30, destaca principalmente por la interpretación de Charles Laughton, ganador del Oscar al mejor actor en 1934, que, aparte de la extraordinaria labor de maquillaje, peluquería y vestuario, que lo trasplantan directamente a la efigie más conocida e iconográficamente más representativa de Enrique VIII, se mueve como pez en el agua con un personaje al que constantemente consigue dotar de notas características diversas, opuestas, contradictorias, pero que se luce especialmente en los momentos más cómicos y distendidos, con su cuarta esposa, con su niñera o con el barbero, objeto casi permanente de sus explosivos enfados a la vista de las habladurías que éste le va comentando mientras procede a afeitarle. El sarcasmo y la ironía propios del humor británico están igualmente presentes en las conversaciones que el rey mantiene tanto con sus esposas como son sus subordinados en la Corte, regalando frases memorables y comentarios ácidos plenamente disfrutables que contribuyen al mantenimiento del tono ligero, agradable y sencillo que conserva a lo largo de toda su breve duración este más que apreciable filme, un tanto blanco, huidizo de sordideces y de sombrías catacumbas políticas, pero estimable en lo que al reflejo de la biografía amorosa de un personaje simpaticón se refiere. El buen hacer de Laughton motivó que George Sidney le pidiera repetir personaje en su película sobre Isabel I de Inglaterra titulada La reina virgen (Young Bess, 1953).

‘Los Juegos del Hambre’ – Como desaprovechar una buena película con escenas horrendas

Creo que es de las pocas veces en que no se que decir sobre la película que nos ocupa. Los que seguís este blog sabeis que soy fan incondicional de todos (o casi todos) los blockbuster, y este es sin lugar a dudas uno de ellos y aún estoy por decidirme si darle un voto a favor como digno entretenimiento o mandarle directamente a la basura (que es lo que sin lugar a dudas haría si solo tuviese en cuenta la forma de rodar y montar el film que ha tenido Gary Ross). Mi primera impresión al salir del cine ha sido ‘que me den la dirección de Gary Ross para mandarle un nido de rastrevíspulas’ asi que ya os podeis imaginar, que muy contenta no he salido, pero no porque el film haya sido malo-malísimo-horrible, sino porque así han sido solo las escenas de acción, aquellas en las que la cámara se movía (que ha sido mas del 50 % del metraje), por tanto, ¿se podría decir que es una buena peli si la mitad de ella te la pasas pensando ‘por dios, que esto se acabe ya, que no lo soporto mas’?
Podría comentar mucho sobre esta adaptación de la trilogía creada por Suzzanne Collins sobre un futuro (quizás no tan lejano) dividido en 13 distritos que se revelaron contra el Capitolio (que gobierna en todo Panem) y que en una guerra civil acabaron perdiendo, quedando el 13º distrito totalmente destruido (eso no aparece en esta primera parte del film) y debiendo ofrecer los otros 12, a dos adolescentes como tributos para unos juegos sádicos y malvados donde deben matarse unos a otros. Si, se parece increíblemente a películas que ya hemos visto (echemos la vista atras y rememoremos Battle Royale o incluso Perseguido), pero ahí no solo radica precisamente el que esta trilogía se haya convertido en best-seller mundial y por tanto, susceptible de realizar la saga en cuestión para amasar dinero. El libro (y la película, porque eso si que lo refleja) habla de la moralidad, de como actuan las masas frente al miedo y la represión (y cómo estas se pueden contener), de como uno hace cualquier cosa para sobrevivir en el ambiente que sea, llevándose a quien sea por delante si la ocasión lo requiere. Por eso quizás ‘Los Juegos del Hambre’ era un film goloso para cualquier director, ya que su base estaba bastante bien descrita en los libros y lo único que se debía hacer era ponerle un poco de alma (que los actores si que lo han puesto) pero que al director se le olvidó donde se le había quedado. Me explico, alguien como Ross, que ha filmado solo 2 películas, podía haber puesto algo más de su parte en esta adaptación, mientras que en Pleasentville nos deleitaba con los colores mientras los protagonistas iban haciendo suyo ese mundo al que no pertenecían en Los Juegos del Hambre, se empeña una y otra vez en coger la cámara al hombro, darla vueltas y seguir rodando independientemente de lo que tenga que ocurrir o que acontezca a los protagonistas. Esto comienza desde la primera escena de la película, esa en que Katniss una vez despierta se va al bosque a cazar. Esto de echarse la cámara al hombro y rodar sucede en casi todas las escenas, Katniss alarga una mano para ver las delicias que estan sobre una mesa y la cámara va bajando (no despacio que digamos, que luego dicen de Michael Bay) a ver esas suculentas delicias. Que Katniss echa a correr, pues la cámara igual, a saltitos………. Por favor, ha sido una verdadera tortura contemplar como han destrozado todos y cado uno de los fotogramas del film para ¿hacerlo mas real? ¿Para que sintamos lo que realmente siente la protagonista? Esta última pregunta queda respondida de sobra con Jennifer Lawrence, magnífica en su interpretación de Katniss y solo lo refleja cuando la cámara esta quieta, cuando ella sufre por su hermana Prim, cuando hace lo que hace para poder sobrevivir, en los planos cortos y no en las escenas de accion. Los actores (y se habló mucho de ello cuando se supo que se iba a adaptar la trilogía de Los Juegos del Hambre) estan algunos mejor que otros, pero ninguno desmerece la peli (solo su director, por si no os habíais enterado con mis líneas anteriores), hasta Josh Hutcherson que particularmente no le veía como Peeta (un joven bastante soso) me sorprendió bastante (tampoco es que su papel fuese demasiado difícil), por lo que todo el reparto puede salir con la cabeza bien alta por sus respectivas interpretaciones en el film (no así al director, por favor, que alguien me de su dirección para enviarle con todo mi cariño un nido de rastrevíspulas!!!!). La ambientación, tampoco es que hayan debido comerse mucho la cabeza. Distrito 12, de la minería, todos sucios y con monos, vestidos grises y anodinos. El Capitolio, pues lo más extravagante que te puedas imaginar y en Los Juegos….un bosque, por lo tanto, creo que no hay que dedicarle mucho más e esto. Y la BSO, pues a veces chirría demasiado. Creo que la escena final en los famosos Juegos, entre la puñetera cámara (no se ve ni un pijo, como diría un amigo mio) y la música estridente, es horrenda, no sabes lo que pasa (aunque te lo imaginas si no has leído el libro) y maldices una y otra vez al que se le habría ocurrido darle semejante ‘perita en dulce’ a un director que ha destrozado lo que podría haber sido sin lugar a dudas el blockbuster de la primavera (y hasta del verano). Y resumiendo………….¿me ha parecido buena película? Buena adaptación, grandes interpretaciones, horrendo rodaje, montaje y filmado del mismo. ¿Recomendaría que pagaseis mas de 7 euros de media para verla en el cine? NO, no merece la pena. Ahora ya se, porque ‘En llamas, Los Juegos del Hambre II’ no la va a filmar Gary Ross (y doy gracias al ejecutivo que haya rescindido el contrato con Ross) a pesar de su elevada taquilla, porque la taquilla la hacen muchos de esos fans que querían ver como se iba a comportar Katniss en la pantalla grande, pero eso no significa que a todos nos haya gustado la forma que han tenido de narrarnos los hechos más espectaculares que sucedían en el libro (en los que por cierto, y por si no ha quedado claro, no te enterabas de lo que estaba ocurriendo y no hay cosa que me joda moleste mas que el no saber que ocurre porque la cámara no para de saltar, danzar y brincar, y me quejaba yo hace unos días de Ira de Titanes……..)

Festival de Cine Francés en Cuba: películas clásicas, recientes y premiadas

La XV edición del Festival de Cine Francés en Cuba dará inicio el próximo día 27 y se extenderá hasta el 23 de mayo con funciones en La Habana y en todas las provincias del país. Este evento se organiza por el ICAIC y la Cinemateca de Cuba, Cinémania, la Embajada de Francia y la Alianza Francesa de Cuba, y es una muestra de la colaboración entre ambos países que se extiende también a otros proyectos culturales. Los espectadores cubanos podrán apreciar filmes clásicos del cine galo, recientes producciones y las más premiadas, en un programa que se inaugurará el propio 27 de abril en la sala Charles Chaplin con el filme del director Michel Hazanavicius, The Artist, ganador de cinco Oscar en la pasada edición, entre ellos a la mejor película, seis premios César, el Goya a la mejor cinta europea, siete BAFTA, tres Globo de Oro, otros reconocimientos del Círculo de críticos de Nueva York, del Festival de Cannes, y el premio del público en San Sebastián. The Artist será presentada en el Chaplin, por su productor Thomas Langmann, que forma parte de la prestigiosa delegación francesa que participará en el evento y que estará encabezada por la famosa actriz Isabelle Huppert, invitada de honor de la jornada, durante la cual será homenajeada con una retrospectiva conformada por nueve de sus más significativos filmes y con la exposición fotográfica Isabelle Huppert: La mujer de los retratos. Christophe Barratier, director del Festival en Cuba y del filme La guerra de los botones, el realizador de origen rumano Radu Mihaileanu, realizador de La fuente de las mujeres y los actores Virginie Efira y François-Xavier Demaison, protagonistas de La oportunidad de mi vida, de Nicolas Cuche, acudirán también a la cita en Cuba, en la cual se han programado sus producciones entre los 27 títulos que se presentarán, de los cuales 18 se exhibirán con carácter de estreno, 22 son largometrajes de ficción, dos dibujos animados y tres documentales. Todo lo anterior fue dado a conocer en conferencia de prensa presidida por Camille Barnaud, agregada cultural de la Embajada de la República de Francia en Cuba, Bertrand Grau, consejero cultural de esa sede diplomática, Andrés de Ubeda, director general de la Alianza Francesa en la Isla, Roberto Smith, vicepresidente del ICAIC y Antonio Mazón, programador del evento. Este año es especialmente importante para la cinematografía francesa que mereció en el 2011 más de doscientos millones de espectadores nacionales, alcanzó una producción de 272 películas, muchas de las cuales han obtenido un número importante de premios en festivales internacionales, y además porque se cumplen 3 lustros de la celebración del festival en Cuba, evento que en la edición anterior tuvo más de 100 000 asistentes a las salas del país. Las películas que se presentarán en la Isla brindan la visión de los cineastas sobre la evolución de la sociedad francesa, de una nueva generación de realizadores y actores, que apuestan por eliminar las diferencias entre el cine de autor y el cine comercial; muchos de los filmes son coproducciones con otros países europeos, lo que aporta a la muestra una diversidad de miradas y de interpretaciones de la realidad francesa contemporánea.
En cuanto a los largometrajes de ficción, vienen avalados por múltiples premios en certámenes cinematográficos los filmes El puerto de la esperanza Le Havre, de Aki Kaurismäki, del 2011; Libertad, de Tony Gatlif, del 2009; Los nombres del amor, de Michel Leclerc, del 2010; Una visita inoportuna, de Bertrand Blier, del 2010 y 2 días en París, de Julie Delpy, entre otros. También se destacó en el encuentro la propuesta documental compuesta por Los recién llegados, de los directores Claudine Bories y Patrice Chagnard, del 2009, Nostalgia de la luz, una coproducción del 2010 entre Francia, Alemania y Chile, del realizador Patricio Guzmán con varios reconocimientos internacionales y La Danza, El Ballet de la Opera de París, filmado en el 2009 por Frederick Wiseman. Se podrá apreciar además la versión para cine de la miniserie de televisión Carlos, del director Olivier Assayas, del 2010, que es un resumen de 165' de dicha miniserie y que recibiera lauros en los Premios Globo de Oro y César. Para el público infantil está también diseñada una sección del Festival de Cine Francés en Cuba, ya que se ofrecerán los animados Una vida de gato y El Ilusionista, ambos del 2010, así como el largometraje de ficción La guerra de los botones, del 2011. Las salas cinematográficas de la capital que acogerán la XV edición del Festival de Cine Francés en Cuba son además de Charles Chaplin, Acapulco, Riviera, Multicine Infanta y Glauber Rocha, de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. Este evento tendrá como subsedes la Casa Víctor Hugo, la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, la UNEAC y el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, y se extenderá a todas las provincias del país con la exhibición de once de las películas que forman parte de la programación. Fecha: 2012-04-24 Fuente: CUBARTE